Son una o dos calles que se multiplican y dibujan el laberinto que hay que atravesar, son algunas cuatro paredes, una sin puertas, las que encapullan a la niña… pero tres son la magia posible, el traspaso de dimensiones.
Una pared da a otro centro de laberinto, y la niña no tiene lanitas ni Teseos para volverse aunque tampoco quiere retornar a sí misma. Se quedó sin héroes.
El otro portal está custodiado por un dragón oriental que le guiña los ojos de tanto en tanto para protección cósmica.
La niña sabe que bajo las alas cortas encontrará el respiro. Pero prefiere la puerta tres, la abertura a la salida que es otro laberinto más, cuya compleja urdimbre brilla y extasía y graba en la retina la gravedad del camino.
La niña toma sus tijeras plásticas (porque las otras lastiman) y empieza a cortar los hilos de las marionetas, los hilos de las calles y de los edificios que caen como cartas apiladas.
- Uno o dos gritos.
- Una o dos calles… y ¡piedra libre! (te encontré)