Hace tiempo que tengo ganas de provocarte desde acá. Sed de figurarte una bofetada sucia justo a la mitad del pómulo así se te va la mirada para el costado torciendo en seco el cuello no-de-lechuza, y escupas pares de llanto de iguana.
¿Las iguanas lloran?
Pero sabés que tengo la compulsión de hacer de todo un gran capullo de algodón, tapando la piedra volcánica que hierve en el corazón del conejo-redondo-sin-orejas. Y aunque va pulverizándolo de a poco, yo agrego más y más espumacampestre. Disimular los huecos.
Pero…¿por qué movés el cuello en péndulo-de-más-o-menos?
Querés otro punto final atravesado en la médula…
Sincerándome,… tengo capullos abióticos en las manos tan insulsos… que los recubro de lágrima de volcán, hasta que se consume, endurece, piedra…
Y por más que siga abiótico e insulso, tiene la rigidez del músculo, del corazón contraído.
Y es tan tímido el algodón, que no revienta, implota y se consume ensimismado.
¿Decime llantito de iguana, qué preferís: el capullo impoluto con carozo de durazno o seguir empedrando este conejo-redondo-sin-orejas que se roe las patitas con los ojos colorados?